La mayoría de mis pacientes no viene a “verse más jóvenes”.
Vienen porque, al mirarse al espejo, sienten que algo cambió. Que ya no se ven tan frescas. Que la luz del rostro bajó, que el contorno perdió definición, que hay algo en la expresión que ya no se siente del todo familiar.
Y cuando hay pérdida de volumen en zonas clave, el ácido hialurónico puede ser un gran aliado… si se usa con criterio.
El ácido hialurónico es una sustancia que ya existe en nuestro cuerpo. Su función es retener agua, dar soporte y volumen a la piel. Pero con los años, su producción natural disminuye y se empieza a notar: pómulos que bajan, surcos que se marcan, labios que pierden definición.
En estos casos, podemos aplicar ácido hialurónico de forma precisa para devolver ese soporte… pero sin inflar, sin deformar, sin convertirte en otra persona.
Depende totalmente del diagnóstico, pero estas son algunas zonas comunes donde menos es más:
Cada rostro tiene su lógica. Y lo que se ve natural, es porque está bien hecho.
El ácido hialurónico no es maquillaje ni magia. Es una herramienta clínica que debe usarse con respeto, planificación y una visión integral del rostro.
El 80% de mis pacientes me dice después:
“Fran, me siento más yo.”
Y para mí, eso es lo más importante.
Trabajo en Santiago de Chile, en el sector oriente (Las Condes), pero recibo pacientes de Vitacura, Lo Barnechea, Providencia y otras comunas que buscan resultados naturales y un enfoque clínico real.
Es volver a verte como te sientes por dentro.